El
hecho extraordinario que relata esta leyenda, ocurrió en tiempos en que
reinaban los timbúes, en las plácidas costas del Río Paraná, casi en
el lugar de su desembocadura.
Dícese
que un día el viejo y sabio cacique, cansado de aguantar las frecuentes
travesuras de su hijo primogénito, le llamó y habló de esta manera:
—¡Ya
eres un hombre, Junco!... pronto tendrás que reemplazarme en el gobierno de la
tribu y me apena ver tu poca formalidad ¡No haces otra cosa más que andar
correteando por los montes, sin preocuparte por nada serio!...
—¡Es
que son tan bellas las flores y los pájaros, padre!...
—Comprendo,
pero es necesario que aprendas a trabajar como el resto de los hombres. De lo
contrario dejaré esta tribu a tu hermano menor.
—¿Y
qué debo hacer, padre?...— Preguntó Junco arrugando el entrecejo.
—¡Demostrarme
que eres capaz de hacer algo útil!
—¡Está
bien!...—dijo el mocetón y se alejó sin que nadie volviera a saber de él en
muchos años.
En
cuanto Junco se halló lejos de la presencia de su padre, dirigióse a la choza
de su inseparable amigo Ceibo para cambiar ideas.
—¿Qué
piensas hacer ahora?...—inquirió Ceibo.
—Demostrarle
a mi padre que no solamente soy capaz de trabajar, sino que hasta puedo crearme
un reino con mi esfuerzo.
—Pero...¿sabes
tú lo que eso significa?
—¡Ya
verás!...¡Cuando precise tu ayuda vendré a buscarte!...¡Adiós!
Saltó
Junco a su canoa y se lanzó río abajo hasta llegar a la desembocadura.
Una
vez allí, sentado a la orilla del gran río, se puso a mirar el agua con
tristeza, mientras pensaba:
—¡Qué
lejos estoy de mi pueblo!...¡Ya no veré jamás a mis amigos! ¡Ya no tendré la
suerte de escuchar, como este río, sus voces y sus risas al pasar por la
ribera!... ¡Cuán infeliz soy, pobre de mi!...
A
punto estaba de llorar, cuando vieron sus ojos que las aguas arrastraban una
gran cantidad de limo.
—¡Dioses!...—gritó
lleno de júbilo—¡estas tierras vienen de mi país! ¡Ellas habrán sido labradas
por mis hermanos!... ¡Acaso traigan las nobles cenizas de mis abuelos!... ¡Las
juntaré y formaré con ellas una isla!... ¡De este modo me sentiré más cerca de
los míos! —y...uniendo la acción a la palabra, hundió sus pies en el limo y
comenzó a reunir los materiales arrastrados por el río.
Poco
después los pájaros y las nubes vieron surgir de las aguas una pequeña isla.
Terminada
esta pequeña tarea, Junco buscó la ayuda de su amigo Ceibo y entre ambos siguieron
construyendo islas y más islas, hasta formar nuestra hermoso Delta del Paraná,
¡verdadero paraíso donde flores, pájaros y frutos, contribuyen a endulzar la
vida!...
Y
... concluye diciendo la leyenda que no sólo perdonó el cacique las faltas de
su hijo, sino que instalando su tribu en esas islas, le ayudó a completar la
obra.