miércoles, 26 de febrero de 2014

ISONDÚ



Cuando todos los guerreros hubieron muerto a manos del cruel invasor, Isondú, la fiera hija del cacique, tomó las armas, con las jóvenes de la tribu, resuelta a defender sus tierras. Así comienza una antiquísima leyenda guaraní que explica el origen del isondú, gusano de luz.
Mucho trabajo dieron las tropas de Isondú a sus enemigos, quienes, después de lenta y ruda lucha, consiguieron encerrarlas en un sector de la selva, donde finalmente lograron hacer prisionera a la jefa y veintidós de sus guerreras, únicas sobrevivientes de la fémina hueste.
Irritados por la larga resistencia y la muerte de muchos y fuertes guerreros, iban los vencedores a desahogar su ira sobre las cautivas, haciendo participes de la venganza a toda la tribu. Ataron a las guerreras –Isondú a la cabeza- en hilera, unidas por un fuerte ramal que se ajustaba a sus desnudos cuellos y, custodiándolas, iniciaron la marcha hacia sus tolderías, apresurando el paso de las cautivas con golpes y puntazos de lanza.
Ni un gesto de dolor, ni un grito, ni un llanto dejaron escapar las fieras guerreras. Isondú, a la cabeza de la triste caravana, no cesaba de invocar a Tupá para que la salvara de la vergüenza.

Cayeron las sombras de la noche; se acercaban al poblado de sus cautivadores, cuando Tupá, oyendo los ruegos de Isondú, produjo el milagro: la larga hilera de prisioneras que serpenteaba entre los árboles se fue transformando hasta adquirir la forma de ese maravilloso gusano de luz que es el isondú, que lleva veintidós linternas laterales, una por cada guerrera, y otra en la cabeza por su indómita jefa.

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