martes, 25 de febrero de 2014

EL OMBÚ



Dios repartía sus dones a los árboles y éstos se adelantaban a elegir atributos y belleza. Yo quiero ser fuerte—dijo Ñandubay— y fue más duro que la piedra, más resistente que el hierro.
—Mi ideal es ser saludable— exclamó la Anacahuita— y lo consiguió.
Al Jacarandá le concedieron esa agilidad de verso temblante, lírica en la primavera cuando luce su penacho lila maravilloso. El Laurel reclamó hojas oscuras y lustrosas. El Espinillo se adornó con sus áureos pompones perfumados. La Pitanga y el Guaybiyú, pidieron azucarados frutos. El Ceibo se decoró de bellas flores rojas. El Tala quiso rudeza india de nudos y espinas. El Viraró, elegancia. El Sauce Llorón, poesía. El Sinasina, transparencia. El Ñapindá, avaro, reclamó uñas. La Aruera, un poder misterioso para castigar a los inciviles que no le rindieran homenaje. El Paraíso, aroma. Y las Tacuaras, esbeltas y musicales, solicitaron ser útiles para las picanas del trabajo y para arrancar una sonrisa de júbilo a los niños como armazón de la luminosa cometa.
Después vino el Ombú. Dios había agotado todos sus dones.
—¿Qué te puedo ofrecer, pobre Ombú?
—Sombra para el descanso de los hombres.
—Todos la poseen.
—Corpulencia para ser un índice en la vastedad de la llanura, para que el gaucho desde la lejanía sienta la emoción del hogar tibio que le espera.
—¿Y que más, Ombú?
—Deseo que mi leña sea débil, esponjosa, y frágil; que no resista a una ensambladura o a un clavo. Que se quiebre a la menor presión; que se vuelva polvo al contacto del sol o de la lluvia.
—¿Y por qué, Ombú, no pides color, dar flores o sabrosos frutos? ¿Por qué no quieres tener una bella madera?
—Padre mío —contestó el Ombú humilde—, sé que una vez vino al mundo un Hombre bueno que predicaba el amor, la justicia, el bien… Los demás hombres lo persiguieron, lo condenaron y lo crucificaron en una cruz hecha con el dolor de algún árbol hermano. ¡Aún existen soñadores en la tierra!…

Déjame contento, concediéndome lo que te pido. Tendré la conciencia tranquila, pensando que nunca contribuiré al crimen de asesinar a un justo. 

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