martes, 25 de febrero de 2014

El chajá


Era una tarde sofocante de verano, Yasy (la luna) bajo la apariencia de dulce madre, con un hermoso niño de la mano, iba por la selva. Tupá le había encomendado que averiguara cuales eran, entre los seres humanos, los buenos y los malos.
Torturados por la sed llegaron a un arroyo donde dos mujeres lavaban ropas. Yasy les pidió agua para ella y para el niño que padecía horriblemente. Las lavanderas le señalaron la corriente enturbiada por su trabajo. Inútiles fueron sus ruegos, inútil el llanto lastimero del niño.
Yasy se retiraba cabizbaja cuando llegaron los esposos de las lavanderas y la llamaron ofreciéndole agua en una calabaza. Se aproximó presurosa, apremiada por el llanto del niño, pero no pudo beber: lo que le ofrecían era agua de jabón.
Los cuatro se reían de la pobre forastera, cuando les llegó el terrible castigo de Tupá: fueron metamorfoseándose en aves. Al notar el cambio, una de las lavanderas quiso pedir perdón, pero sólo pudo exclamar: ¡Cha-jhá! (vamos), y los cuatro se alejaron chillando: ¡Cha-jhá! ¡Cha-jhá!!.

Desde entonces, en castigo de su impiedad, se vieron condenados a vivir por parejas entre las aguas cenagosas y su carne es fofa y con gusto semejante al de la espuma de jabón.

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